4
Oct
2010

Lo que quedará de Joan Triadú

Probablemente, la imagen superficial de Joan Triadú -la imagen que él mismo ha cultivado y que sus adversarios han amplificado–  no se corresponda con la profundidad y complejidad de su legado intelectual. Cuando en 1950 apareció su polémica antología de poesía catalana contemporánea en algunas revistes del exilio aparecieron caricaturas suyas con un pie que decía “Triadú-tria-dur”. Él nunca desmintió esta aseveración. Debajo de este adustez sabiamente manejada  se escondía un personaje de aire británico y, por lo tanto, irónico, pero también testarudo y colérico. Y, quizás por encima de todo, se escondía un crítico literario ecléctico, sin otra obsesión que la de explicar la obra por ella misma. Es decir, y si me lo permiten, resguardada de las contaminaciones ideológicas que, en los años sesenta y setenta, parecían imprescindibles  para entender el mundo -y para circular por el mundo intelectual- y que ahora duermen, herrumbrosas, en el desván de la desmemoria. He aquí algunos de los autores extranjeros que fueron objeto de análisis por parte de Joan Triadú: Anna Akhmatova, W.H.Auden, Albert Camus, Ernst Junger, Primo Levi, Boris Vian, Virginia Woolf, Margarita Yourcernar -a quien conoció personalmente–, George Orwell, etcétera.

            Si nos referimos a la literatura catalana su contribución fue crucial para que, después del 1939, no quedáramos reducidos a un “patois”. Tres ejemplos. Él es uno de los jóvenes de aquel momento que con más admiración sigue la obra de Salvador Espriu. Da cobijo a su obra en la revista Ariel y interviene de forma decisiva en la edición de Cementiri de Sinera, que aparece el 1946. Además, Triadú es de los que esperan de Espriu una gran novela, y de una forma más o menos explícita así se lo plantea al poeta. Pero la gran novela, como sabemos, no llegará. Es también Triadú quien recoge en las páginas de su Antologia de contistes catalans  (1951) textos de Mercè Rodoreda y Pere Calders. Son textos, en aquel momento,  de difícil acceso de manera que, para hacer posible su publicación, el antólogo ha de establecer contacto con los autores, en el exilio, o incluso con el padre de uno de éstos, como en el caso de Pere Calders. Y, años más tarde, Triadú acoge en su modesto piso de Príncipe de Asturias a Baltasar Porcel cuando el argonauta de Mallorca aterriza en Barcelona dispuesto a comerse el mundo.

            Pero Triadú no dispone de dos armas  indispensables para poder ejercer su mandarinato literario con la extensión y la profundidad  que merecía. Triadú no  dispondrá jamás ni de plataforma universitaria ni de plataforma editorial. Otros las detentarán de forma conjunta y en régimen de oligopolio. Cuando en 1963 aparecePoesía catalana del segle XX de Josep Maria Castellet i Joaquim Molas parece que el crítico Triadú vaya a quedar  definitivamente fuera de la historia. Él se limita, elegantemente a verlas venir, y escribe: ´Es una lástima, en fin, que una crítica literaria tan aguda y tan documentada se haya sometido a un ensayo teórico de interpretación histórica – muy discutible, por cierto, pero esto ya es otra cosa-en lugar de utilizar los datos históricos, sociológicos y de toda índole, tal como debe hacer todo crítico que se precie, para explicar completamente la existencia plena de la obra literaria”.

            Pero Triadú no quiso ser solo un crítico literario. Quiso ser, y fue, un pedagogo y un promotor.  En los años 50 organizó una inteligente red de clases de catalán que permitió que, cuando la mano de la dictadura no tuvo más remedio que abrirse, el país contara con decenas de profesores excelentemente preparados. Triadú fue también un personaje decisivo para que escuelas como el CIC y Thau se consolidaran y alcanzaran el prestigio académico que hoy, merecidamente, tienen. Y como patriota catalanista, Triadú fue, entre otras cosas, uno de los mentores de Jordi Pujol. Reivindicaba las raíces populares del catalanismo no desde una posición intelectual sino por pura tradición familiar. Esta posición también le alejaba de la izquierda elitista del país. Triadú nunca fue amado por el sanedrín intelectual que durante tantos años ha mandado en Catalunya. Quizás, por eso, su herencia es tan fecunda.

La Vanguardia, 1 d’octubre del 2010